martes, 18 de septiembre de 2012

Transexuales: Hacer lo que pocos se atreven


Me he caracterizado por ser una persona poco sensible ante la muerte.

Soy de las que piensa que todos cumplimos un ciclo, unos lo cumplen antes que otros, quizá antes de lo que nos gustaría cuando se trata de personas jóvenes.  La frase “el muerto al hueco, el vivo al baile” es mi favorita, finalmente para morirse solo hay que estar vivo.


Hoy quiero hacerle un homenaje a mi tía. Ella falleció hace un tiempo y logró en mí lo que nadie había logrado hacer en toda mi vida: Hacerme llorar en un entierro.


Gabriel tenía 15 años, estaba en el colegio y sabía que cambiaría su vida cuando un día dudó si le gustaban las mujeres, él sintió que su cuerpo no estaba acorde con lo que tenía en su mente.  Él ante dudas y confusiones decidió olvidar el tema, reprimir lo que había sentido en ese momento y prefirió negarse para sí lo que había pasado. Años después entró a la universidad, vivió en Alemania y se casó.

Era alto, ojos azules, tez blanca, cabello rubio, tenía la espalda ancha y el cuerpo que muchas mujeres desearían en sus camas. Él se convirtió en mi tío, era el hermano de mi papá y con el tiempo también fue mi padrino, nos distanciamos a medida que crecí y bueno, como suele pasar con la mayoría de los padrinos, no lo volví a ver...

Varios años después, me invitaron a tomar onces familiares, ese día conocí a Gabriela.

De repente me encontraba sentada tomando onces con ella, echando rulo como si hubiéramos sido amigas desde siempre, se veía divina, la reconocí por sus ojos azules, grandes, se veía tan alta con tacones, me preguntaba que cómo la veía, que le dijera tía Gabriela, ella argumentaba que siempre pensó que era una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre y ahora la tecnología, le había permitido verse como siempre había querido, no quería reprimirse más ni ir a aplaudir a las iglesias cristianas para que la ayudaran a cambiar lo que ella quería.  

Yo le respondí que se veía muy churra, era la verdad, sin embargo, más allá de eso tenía que comprender lo siguiente:

Mi tío ya no era tío, era tía.
Ya no tenía padrino, tenía dos madrinas.
Ya no era Gabriel, era Gabriela.


Ella falleció hace un tiempo. Para cambiar un cuerpo se necesita de una alta carga hormonal y pienso que el cuerpo no está acostumbrado a eso, un día estaba cenando con varios amigos en la casa y antes de sentarse en la mesa les dijo a todos: “Ya vengo, voy a bajar el celular”, nunca bajó.


Hay una canción espectacular en honor a ella que quiero compartirles, ella me la cantaba todo el tiempo y me decía que esa era su canción. Hace unos días la escuché y afirmó mis aun más mis pensamientos cuando pensé en ella: 

 Admiro que se soltó el cabello, se vistió de reina, se puso tacones, se pintó el pelo, caminó hacia la puerta, escuchó que le gritaron y aun así siguió adelante. La noche oscura ahora era de lentejuelas. 

Todos la miraban, se veía linda, atractiva, admirada, ella lo sabía. Ella hizo lo que pocos se atreven. Siempre fue una mujer amada, todos la amamos.

Todos tenemos un ciclo y debemos cumplirlo. 


La extrañé cuando escuché esta canción y de nuevo hizo que se me salieran las lágrimas, sin embargo, esta vez era diferente, me sentí feliz a pesar de que no está con nosotros porque cuando murió, murió cumpliendo su sueño: Ser una mujer.